Por los viejos tiempos.

Caminando por las calles de esta caótica ciudad, puedes encontrarte con personas a las que les has perdido el rastro durante años .Todo es posible.

Era una tarde lluviosa, mezcla de olores como el del ozono que puede recordar el del cloro, la geosmina, más intensa, parecida a un vapor de moho y el petricor, fresco, dulce y suave. Estos aromas flotaban en la atmósfera cuando nos topamos en la misma acera.

Tenía años de no verlo. Nos saludamos con mucho cariño.

Me dijo lo bien que me veía, también le hice saber lo propio. Ninguno de los dos mentíamos.

Sabíamos que no teníamos tiempo de sobra, y como si nos trepáramos en una camioneta 4×4 para recorrer un camino sin allanar, comenzamos a disparar los temas trascendentes de nuestra vida.

Comencé por contarle del trabajo, los hijos y la soltería.

-Entonces, ¿no tienes pareja?

-No. En esta modernidad líquida, en la que la mayor preocupación es el cómo prevenir que las cosas se queden fijas, el declive sexual, la búsqueda frenética de mujeres jóvenes y la crisis existencial de los hombres de mi generación han sido factores que no me han permitido encontrar una relación. Las mujeres de mi edad,  les somos indeseables. Estamos en el limbo- Espeté, recordando todo lo que había aprendido de esos personajes masculinos en el declive de su vida de Houellebecq y que se hacían reales en la historia de mi vida.

Me miró reflexivo.

Para quitar un poco de la mierda que había echado a la conversación, le pregunté sobre su vida sentimental .

Se le iluminó el rostro.

-Soy muy feliz.  Estoy en una relación diferente. Una en la que nunca pensé estar.

-¿Diferente?

-Estoy con una mujer casada.

Adelantándose a mis observaciones  y respondiendo a la  mirada incrédula y de sorpresa que le profesé, comentó:

 -No se lleva bien con su marido. Su relación es fría y distante.  Comenzamos a tratarnos y ahora estamos muy enamorados

-¿Por qué no se han ido a vivir juntos?

-Porque no quiere dejar sin padre a su hija de 5 años.

-Pues, ¿cuántos años tiene ella?

-Bueno, no es tan joven, tiene 36 años. Nada más le llevo 20 años.

La quijada, si no me la sostengo, se hubiera precipitado por la fuerza de gravedad hasta el suelo. De pronto me sentí como un zopilote sentado en alta cumbre fijando los ojos en la futura víctima. Chocada por la ironía de la situación , atiné a decir:

-Vaya, espero que pronto logren estar juntos y que Némesis nunca se cruce en su camino.

-Deberías probar con gente joven, podrías hacerlo. – Me dijo sonriente.

-No. Todavía, encuentro interesantes a los hombres de mi edad. Seguiré perseverando. No pierdo la esperanza de encontrar a alguien diferente.

Nos despedimos deseándonos lo mejor para nuestras vidas.

Vaya con mis amigos, su vida ahora se enfoca a estar con mujeres casadas, pero jóvenes. Algunos otros, casados, con vida de solteros escondiendo cada punto y coma de la mujer en turno. Otros, se quejan amargamente de sus esposas con los ojos puestos en cada mujer que podría tener la edad de sus hijas.  Así la vida después de los cincuenta.

De ellos entiendo el por qué  las mujeres de mi generación que buscan tener una relación estable, están condenadas al fracaso.

Llegué a mi casa. Me puse ropa cómoda y aprecié su textura de protección.  Abrí una botella de vino tinto gran reserva que tenía guardado para ocasiones especiales. Lo merecía. Merecía recordar que, lo viejo, puede ser de gran calidad, apetitoso, codiciado, distinguido, atrayente, valorado y deseado.

Alcé mi copa y brindé por los viejos tiempos.

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